Antes había escrito un artículo sobre la relación paterna, en el que quería expresar:

Ahorrar tiempo y costos con dinero, satisfaciendo necesidades fisiológicas y emocionales a corto plazo.

Y ahora quiero extender este tema—desde la perspectiva paterna, hablar sobre el amor.

La visión del dinero en las relaciones íntimas es lo que llamamos amor (no la relación paterna), en esencia refleja la estructura de vuestra relación.
¿Debería un hombre gastar más dinero?
¿Es objetivizar a la mujer si necesita dinero?

La verdadera clave no está en si se gasta dinero o no,
sino en si el dinero se da de forma activa o se exige estructuralmente.

Una vez que en una relación, el dinero se convierte en una “supuesta obligación natural”,
el centro de poder de esa relación ya ha cambiado.
No se trata de quién gasta más dinero y es más fuerte,
sino de quién puede elegir libremente dar o no, y quién tiene el poder.
Una vez que el dinero pasa de ser “una entrega activa” a “una exigencia pasiva”, la lógica subyacente de la relación ha cambiado.

El dinero es el resultado del trabajo, la condensación del tiempo y la energía. Debería ser una extensión de los sentimientos, no un requisito previo para la relación.
Una relación que se convierte en:
“Yo te acompaño, pongo mi esfuerzo emocional, soy joven, así que tú deberías mantenerme”,
en esencia deja de ser una relación íntima y se convierte en una estructura de dependencia.
Lo que me molesta nunca ha sido expresar necesidades.
Lo que me molesta es ese tipo de relación—
tomar la entrega del otro como una obligación,
externalizar mi felicidad en otra persona,
y considerar que “si quieres gastarme dinero, eso es la única prueba de amor”.

Gastar activamente en la otra persona y ser requerido para pagar, parecen iguales en resultado, pero la lógica es completamente opuesta.

Porque una vez que entras en un modo de “exigencia”, la relación deja de ser una relación íntima y se convierte en:

El sentimiento se pone en precio
La entrega se evalúa
El amor se cuantifica

Comenzarás a calcular en tu mente:
“¿Vale la pena lo que te doy?”
“¿Hay alguien más que gaste menos?”
Cuando aparece este tipo de cálculos, el amor ya ha terminado.

El amor no es “tú me pides que dé”,
sino “yo quiero, tú lo mereces”.

Cuando una relación necesita del dinero para demostrar su valor,
ya ha perdido la cualificación para ser amor.

Y una verdadera buena relación es una coexistencia basada en la independencia, en la ayuda mutua.

El amor nunca es “tú me pides que dé”,
sino “yo quiero, tú lo mereces”.
No es “dependo de ti para vivir”,
sino “contigo, vivo mejor”.

Por eso, puedo gastar dinero en ti, pero tú no puedes exigirlo activamente.