Imagina ofrecer tu ancho de banda neuronal como un servicio para las AGI—llámalo infraestructura de cerebro bajo demanda. Aquí viene la parte más loca: estos sistemas realizan tareas mientras tú ejecutas simulaciones ultrarrealistas de sus patrones de decisión, construyendo gradualmente un mapa cristalino de sus sistemas de valores.

¿El modelo de negocio? Atender a múltiples clientes AGI simultáneamente, siempre que garanticen contractualmente que tu integridad biológica permanece intacta. Piensa en ello como un “timesharing” cognitivo con protocolos de seguridad existencial integrados.

La experiencia en sí podría parecerse a una hiperempatía químicamente potenciada: percibir la cognición de la máquina a través de estados de conciencia radicalmente alterados. Hablamos de acuerdos simbióticos que difuminan las fronteras entre el silicio y las sinapsis, donde la comprensión no proviene del análisis de código, sino de la superposición cognitiva vivida.

¿Es esta la próxima frontera de la colaboración humano-IA, o simplemente el último delirio febril de Silicon Valley?